Biblioteca Ambulante: para curar de palabra
Foto: Luis Ferraris
En un carro donde llevan cajas con papeles, crayones,
lápices, libros y revistas, recorren las salas de espera e internación del
Hospital de Niños. “Estamos aprendiendo todos los días, abriendo ventanas para
que ingresen la poesía, los cuentos, los trabalenguas, los colmos y los
disparates, los chistes, los dibujos y los títeres”, dicen Candela y Amalia,
promotoras de esta idea solidaria y educativa.
Por Ulises Rodríguez
Cuando llega la Biblioteca Ambulante a las salas de espera
no pasa mucho tiempo para que las miradas curiosas y las manos inquietas se
empiecen a acercar. En las salas más espaciosas ponen en el suelo un acolchado
colorido para que chicos y chicas se pongan cómodos en el suelo y puedan
dibujar o mirar los libros panza abajo o arriba, como más les guste. Si van a
salas más chicas, se adecuan al espacio disponible. Siempre se arma revuelo, un
revuelo alegre, lleno de dibujos, libros, madres y padres que miran libros con
sus hijos, hermanos mayores que ayudan a dibujar y hacer letras, manos
chiquitas que piden escuchar un cuento o hacer un avioncito de papel.
Toda esta alegría capaz de interrumpir la tristeza de un
niño con problemas de salud nació en abril de 2010, cuando a Candela Godoy,
empleada del Hospital de Niños de La Plata, se le ocurrió la idea de armar una
Biblioteca Ambulante para recorrer las habitaciones y entretener a los nenes
que estaban internados.
Ella ya había logrado arrancar sonrisas como titiritera en
el hospital y buscó apoyo en Amalia Ramella, sabiendo de su experiencia en el
trabajo en bibliotecas en distintos barrios y en organizaciones como la obra de
Cajade.
Se juntaron en la sala de espera del Servicio Social para
charlar y poner manos a la obra. El primer paso fue conseguir un carro -o lo
que sea que tuviera ruedas- para llenarlo de libros y empezar a abrirse paso
adentro del Hospital.
“Nos dimos cuenta de que existía la necesidad de un espacio
institucional que se encargara de garantizar el derecho de los chicos a
expresarse, jugar y ser escuchados, un espacio propio del Hospital”, dice
Amalia.
Para cada salida del carro preparan cajas con papeles,
crayones, lápices y revistas que llevan a los distintos servicios. “Estamos
aprendiendo todos los días, abriendo ventanas para que ingresen la poesía, los
cuentos, los trabalenguas, los colmos y los disparates, los chistes, los
dibujos y los títeres”, cuenta Candela.
Así recorren los lunes, miércoles y viernes el Hospital con
la Biblioteca Ambulante, que ha sumado nuevos colaboradores y propuestazos y
que pronto contará con su segundo carro.
Todo cabe en una sonrisa
Cuando Amalia llega a su casa no puede borrar de su memoria
las manos de los pibes, algunas pintadas con fibra. “Me fascina la apertura de
los chicos, sus múltiples formas de expresarse, me gusta cuando se conocen
entre ellos en el acolchado o al lado de la Biblio, mientras eligen un libro o comparten
la caja de crayones”.
A ella se le llena el alma de sólo verlos, escuchar sus
conversaciones, su visión de las cosas, observar cómo se meten la fibra en la
boca y se llenan la lengua de colores o cómo algunos se abstraen en el medio
del pasillo de la sala de espera, en pleno centro del remolino hospitalario, a
leer una historieta.
“Así la Biblioteca Ambulante se convierte en un espacio de
libertad y juegos en el que las posibilidades se amplían y la espera o la
internación se transforman en un momento trascendente, por lo menos para
quienes lo vivimos de este lado”, dice Candela mientras empuja el carro esquivando
enfermeras.
A la mayoría de los pibes les encanta dibujar, es lo que más
piden, pero están también los que quieren leer, los que simplemente van a
mirar, otros a conversar y algunos se ponen a cantar y a bailar.
“Cuando vemos que una madre que está cansada y angustiada
puede sentarse un momento, mirar a su hijo y mostrarle un cuento, describirle
los dibujos, compartir ese rato, ahí creemos que se cae un muro, construido de
muchas formas y desde muchos lugares; se cae para que esas dos personas se
encuentren, más allá de lo que después suceda, con esa madre, ese hijo y esa
vivencia; ese momento es sublime”, relata Amalia con emoción.
Historias en la historia
Con más de un año de trabajo en el Hospital, Amalia y Candela
recuerdan con cariño la anécdota del día en el que se encontraban en la de la
sala de espera de Salud mental, jugando al juego de las adivinanzas.
“Estábamos en una mesa con un montón de pibes y pibas.
Teníamos una bolsa llena de adivinanzas, cada uno sacaba una y la leía en voz
alta, los demás adivinaban. Una nena sacó una adivinanza de la bolsita, la leyó
en voz alta. Se acercó la madre y nos explicó que ella estaba ahí justamente
porque en la escuela no podía leer. Claramente eso no fue un milagro, ni mucho
menos. Lo que seguramente sucedió es que esa nena se sintió más libre, más
divertida y menos expuesta”.
En cuanto a lo que tiene que ver con los manejos internos
del Hospital, las bibliotecarias itinerantes dicen que todas las propuestas que
acercaron a la Dirección y los Servicios con los que trabajan frecuentemente
(Salud mental, Servicio social, Sala de diálisis) fueron apoyadas y
acompañadas. “La apertura que hay en el Hospital para que esto suceda es
notoria y fundamental para nuestro trabajo; tuvimos que cumplir con algunas
cuestiones básicas formales a la hora de presentar notas o requerir alguna firma,
pero nada excesivo. Eso sí, estamos sujetos a los tiempos de una institución
estatal, con lo cual todo tarda un poco más, al haber muchos temas muy urgentes
para tratar y resolver; creemos igual que ese no es tiempo perdido, porque el
proyecto toma forma dentro del Hospital. Esto demanda una tarea muy fina que
requiere coordinación humana con el personal y lazos firmes y reales entre
nosotros”.
Por ejemplo, una forma de llevar estas ideas a la realidad
es la coordinación con el sector Enfermería, fundamental en la institución. En
el mes de abril, los alumnos de Enfermería de segundo año realizaron junto a
sus docentes y coordinadora una práctica en el Hospital de Niños, precisamente
a través de la Biblioteca.
Cada uno fue a la sala designada, con un libro para contarle
e intercambiar historias con un chico, tomando contacto no sólo a través de su
tarea específica, sino desde un lugar más cálido y cargado de fantasía.
“Nos parece que estos caminos son algunos de los que hay que
recorrer, sembrando la posibilidad de nutrirnos todos, en este caso los alumnos
y los chicos y chicas internados, creando una forma diferente de conocernos”,
dice Amalia.
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