28.8.11

Juego y escolarización: ¿dos conceptos incompatibles?


El juego, los juegos asumidos por los alumnos y la posibilidad de jugar, son indicadores de su evolución, su desarrollo, sus necesidades e intereses. En muchos casos, también presentan, en correlato con el desarrollo del lenguaje, la posibilidad de plasmar en papel por medio del dibujo o la escritura sus representaciones mentales o capacidad ideográfica y en otros casos, ponen en evidencia y se sostienen en el desarrollo motor.
Cuando el docente desconoce, omite o no significa adecuadamente el valor del juego y las opciones de trabajo ulterior que la instancia lúdica puede propiciar, quedan desvanecidos muchos aspectos de la evolución infantil, o por lo menos no se registran. La escolarización en algunos casos no acompaña la evolución natural de los alumnos, se pierde la posibilidad lúdica a medida que se transita por los años o grados superiores y esto trae como consecuencia el desinterés de los alumnos.

¿Cómo resignificar el valor del juego?
Uno de los caminos posibles para empezar a diseñar respuestas apropiadas es el análisis del recorrido del juego en el niño y su expresión inicial a partir del vínculo materno. Conviene para ello la referencia que Winnicott hace sobre esto, en ideas de Bowlby. Dice: “A Bowlby (1958) le interesó particularmente hacer tomar conciencia al público de la necesidad que tiene todo niño pequeño de un cierto grado de confianza y continuidad en las relaciones externas”1. Este vínculo es fundante para la constitución de la subjetividad y para las relaciones sociales ulteriores.
A partir del reconocimiento de que esta confianza básica se genera y construye en y desde el vínculo materno, y que es posibilitadora a su vez de autonomía en situaciones ulteriores, es conveniente conceptualizar planteos sobre la función materna, de sostén, interlocutor válido, decodificadora, presentadora de la realidad...
Para posibilitar el desarrollo y la equilibración de las estructuras cognitivas, el desempeño psicomotor y el desarrollo socio-afectivo, también es clave la función docente. Al decir de Di Pego: “La ayuda contingente sólo puede brindarse cuando el docente es capaz de detectar, por la evaluación permanente, las necesidades de los alumnos”2.
El planteo es generar reflexiones sobre qué puede hacer la escuela para constituirse en un objeto posibilitador del desarrollo infantil, básico para el incremento de las potencialidades, tomando al juego como instrumento de cambio de las prácticas pedagógicas.

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